jueves, 22 de marzo de 2007

Vicios.

Once de la mañana. O doce y media de la noche. Cualquier momento presente es inequívocamente placentero si se puede ir al cine, caminar en busca de algún asiento, la sala iluminada por tenues luces, la pantalla en blanco, en blanco, la nada: asistir al cine es presenciar la creación de un universo. Y entonces se enciende el proyector; imágenes gigantes suspendidas en el espacio en que antes estaba la pantalla. Abrimos los ojos. Muestran dos o tres comerciales menores. Luego: la película. La conciencia se expande y la imaginación se traga los colores, formas, diálogos, personajes del relato con una avidez poco frecuente. Nos liberamos del peso del cuerpo y dejamos que la vida sea, por un ínfimo tiempo, la película. Observamos de lejos, como dioses con el poder de ser invisibles, intrusos indetectables dentro del nuevo cosmos que exploramos. Dos de los sentidos se apoderan de los tres restantes. Once de la mañana. O doce y media de la noche. Ir al cine siempre será grandioso.


1 comentario:

la pé dijo...

buu
había escrito antes y se borró. aplaudí - clap, clap, clap- por lo preciso de esta descripción. No podría estar más de acuerdo. Imaginé la situación en una sala pequeñita, con asientos desocupados y sin nadie hablando. Mi ideal.

salu2