domingo, 18 de marzo de 2007

Lunes.

Cuando leí El Gran Meaulnes caí en la cuenta que la vida puede ser una breve fantasía de intensos amores, aventuras prohibidas, castillos ocultos. Fuera de este mundo existe otro mundo, el mío, el que jamás tendrá pasaporte terrestre, mi planeta elíptico detrás de las cortinas del universo.

Comienzo la semana sintiendo que cargo sobre mis espaldas el infortunio de los hombres que nacieron y murieron antes que yo, aquellas tristes almas que intuían que el mundo se construía sobre mierda y paredes de hielo. ¿Qué soy? ¿Un rebelde oculto? ¿Un idiota que imita la voz de los otros y oculta con pericia la lágrima arrebatada de mis ojos por la daga del arte, el arte del cine, el arte del amor, las mujeres, el aire y una vieja vagabunda?

Lo que pasa es que soy un castillo asediado cuyo ejército escapó por la puerta trasera, no por cobardía, sino por sobrevivencia. Mara, la mujer que amo, era la única guerrera construida en piedra capaz de esperar eternamente la apertura de mi reino. Y no pude. Y no quise. Siendo rey de mis tierras, hombre de ciencias, poeta, escritor, no fui capaz de enseñar las habitaciones que guardaban mis maravillas, los tesoros del corazón.

Pero el corazón es un músculo inmune al dolor y los sentidos.

Llego a la oficina. El jefe aguarda, los dientes afilados, el terror del cancerbero. 9:01 am. Yo, héroe, antihéroe, urbano superhéroe sin poderes, constructor de pirámides, remero esclavo de barcos romanos... llego tarde a la pega y me invita el jefe a su despacho. La cárcel del carcelero.

-Tarde, como siempre.

-¿Verdad?

-No se haga el idiota, Alonso.

-¿Estoy despedido?

-Por supuesto.

-Entonces le pido mi adelanto.

-¿Qué adelanto?

-Por las horas extras. No sea negrero.

Los guardias de seguridad amablemente me sacaron. Luis, el más flacucho de los dos me convidó un cigarro. Estaba preocupado por su polola. La había dejado embarazada, no tenían cómo pagar los gastos de una guagua. Los padres de ella si se enteraban armarían la casa de putas. Yo miro a Luis y tiro lejos el cigarro, que cae entre los zapatos de un cartero.

-Mira, Luis –el tono de mi voz era profético-, lo que debes hacer, ahora, ya, sin pensarlo, es agarrar tus pilchas y partir a Bolivia.

Nunca más supe de él.

11:08 am. En el bar de Don René conseguí me fiaran unos cuántos shops. Estoy ebrio en cerveza. Patético. Que no se me olvide comprar migranol camino a casa. El dolor de cabeza más fatal es aquél que no está previsto.

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