domingo, 18 de marzo de 2007

Pensamientos en Desórbita.

Me cuentan, en la noche, cobijados entre ellos y sobre lechos de hojas, qué ocurre cuando una gota de lluvia se desliza por el tronco del Gran Árbol. Imperios; batallas; creación de mundos; muerte de reyes y esclavos; el tiempo del universo es del largo de un tronco.

Me cuentan, con los ojos bien abiertos, de donde proviene el mal y lo efímero de lo puro, lo débil de lo cálido, y la inexistencia del bien. El bien sólo es una acción, no existe como esencia.

Pero no es eso lo que yo les he preguntado. No me interesa su retórica. Sólo quiero saber cómo he llegado aquí. Y ahora no hablan. Me miran quietos, silentes, con una absurda sonrisa...

- 1,2,3. Despierte.

Abre los ojos. Ha terminado la hipnósis. No puedes. No quieres irte sin saber cómo habías llegado a semejante lugar, conversando con pequeñas misteriosas criaturas.

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Que extraña criatura es el hombre. Me pongo a pensar en ellos cuando camino por la calle y veo esos inexpresivos rostros que alguna vez rien, y lloran todo el tiempo. El hombre es todos los hombres. Si eso es realmente cierto, podría explicarme a mí (y al psiquiatra) por qué siento esta miseria. It´s full of stars... me viene a la mente esa frase. El hombre es todos los hombres y sufre la eterna soledad de quien vaga por el universo montado en un planeta. Solo. Abandonado. Fingiendo enfermedades; alucinando cálidos amores. No tiene cuerpo, pues no existe nadie que lo vea; no posee alma, pues es la primera y última semilla de su especie, y no hay mano divina que la plante. Como digo. Estamos solos. Marionetas sin hilo: ausentes de voluntad o la férrea voluntad de no hacer nada. Sálvenme ahora, dioses paganos, del maldito cobrador automático. Llevo cinco minutos depositando una y otra vez las monedas. Deja de pensar. ¿Y dónde está el vuelto?

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La cabeza, la maldita cabeza me va a explotar, saturada como está de infecciosas ideas. Es como si hubiera un incendio en mi cabeza y los atolondrados pensamientos buscaran huir por una puerta de emergencia que se abre hacia adentro. “Es imposible escapar” gritan mientras sus etéreos cuerpos crepitan bajo las llamas de la locura. Me estoy volviendo loco. Y nadie lo sabe. O todos lo esperan. El momento exacto en que las huestes del General Orate invadan mi último refugio: las palabras, las palabras, las palabras... Aquí estoy, engendros, con los puños descubiertos; no voy a permitir que me llenen la cabeza con el mundo. Primero lo parto (como un huevo), tomo su centro y dejo que corra por mis palmas la esencia de la tierra y lo humano; después, arrojo los vestigios directo a una de las esquinas del universo esperando que florezca (como una magnífica semilla) un nuevo mundo. Un mundo de silencio. Un mundo cálido. Un mundo que nadie nunca pueda explorar y apropiarse sin derechos de el. Yo tampoco quiero conocer ese mundo; sólo desearía saber que existe, que respira, que es plácido y nadie, nunca, dejará una huella “pequeña para un hombre, pero inmensa para la humanidad”. Sin mapas. Sin cartografías idealistas superfluas. Cielo y tierra. Y vida. Silencio.

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Me he convertido en un monstruo.

- Sabe, me he convertido en un monstruo.

- Ya.

- Hay noches en que me desenmascaro y todos mis rostros caen al suelo, y entonces...

- ¿Entonces?

- Soy yo mismo.

Un monstruo; un horrible ser de oscura sombra. Hay noches en que me desenmascaro y mis rostros caen al piso; y mis virtudes son la sangre que rodea a mis rostros. Lívido, pienso en no moverme, en guardar silencio, en no pensar; pero pienso. Por toda la superficie de mi piel palpitan los temores, supura el odio; odio a mi mismo, odio al existir. Quiera Dios que nadie pueda verme una noche en que mis rostros caigan al suelo.

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No creo en los grandes hombres. O quizás deba decir: todo lo que ha erigido las manos de la historia son pequeños acontecimientos inconclusos. Un hombre cruza el mar y se topa con una isla. Y consigo trae las pestes y la locura. Luego muere con honores.

Frente a mí desfilan las obras escritas por los mayores pensadores. ¡Cuánta ciencia y filosofía! Y sin embargo, todos los libros en la última página terminan con la misma palabra: continuará. Se inventa la rueda, pero no existe el tornillo para hacerla girar. Se inventa el tornillo. La rueda crece, el antiguo tornillo no calza. ¿Se agranda el tornillo, se reduce el tamaño de la rueda, se crea algo nuevo?

Cada cierto tiempo nace un hombre con el destino forjado por las lineales andanzas de la “civilización”. Esperemos. Quizás pronto alguien nos traiga el borroso recuerdo de un paraíso en alguna tierra imaginada por los sueños.

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-¿Cómo dicen ustedes infinidad? – les pregunto bajo las primeras gotas de una lluvia matutina.

- Árbol que crece y deja semillas.

El sol al despuntar es tibio. El cielo es un gélido mar de vientos que deshiela. La pureza lava la mirada de toda pesadilla. Es un fresco pensamiento el habla de estas criaturas.

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